Cultura

15 años del Congreso de Madrid: Debate, polémica, tiros y golpes de Swing

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He leído en estos días algunos artículos y notas, así como los comentarios de los lectores, sobre el congreso de narradores de Madrid celebrado en mayo de 2005 con motivo de cumplirse hace unos días quince años de su celebración. Los de Ricardo Virhuez, Alexis Iparraguire, o el de Saúl Acevedo Raymundo en Lima Gris. De su lectura surge una pregunta sin responder: Cuáles son las consecuencias del mal llamado debate entre “criollos y andinos”; o la certeza de algunos, a la que se suma Alexis, de que éste se “empantanó”. Los que conocen del tema, saben de mi participación en ese evento y desde la experiencia del mismo voy a intentar dar respuesta a esa pregunta y aclarar lo del empantanamiento, ya que ambas son una sola.

     Empezaré por decir que mucho antes del congreso existía un “malestar” entre un sector de escritores y que éste se agravó durante los días del congreso creando tensión en el ambiente y convirtiéndose, además, en un mar de fondo que a la larga va a aflorar para dar sentido al enfrentamiento dialéctico entre ambos bandos. En ese contexto se la lanzó el tiro que desató la balacera que fue, repito, el mal llamado debate. El primer disparo vino de Alonso Cueto quien, en un artículo de El Comercio, calificó el evento de “mediocre” habiendo asistido sólo dos o tres sesiones de las más de veinte que hubo. Todos se atrincheraron tras sus teclados y empezó un nutrido intercambio de fuego con munición de todo calibre; se encadenaron así los artículos, réplicas y contrarréplicas, pero sin concierto, objetivos claros ni tema definido, cada uno hacía la guerra por su cuenta. A eso, no se le puede llamar un debate, a lo sumo, una polémica. Y no podía existir un debate de tipo académico porque uno de los bandos, consciente de sus limitaciones, siempre lo evitó, y el otro no supo verbalizar en ese momento su “malestar” y convertirlo en el argumento central de una controversia. De ahí que muchos bombazos cayeran al agua y se creara la sensación de que la discusión quedó empantanada.

     Pero hay un tema que vislumbran todos los que han leído sobre la polémica, y es que uno de los bandos reclamaba (de manera nebulosa) una participación más equitativa en los diferentes medios de comunicación. Lanzado así, a groso modo, el planteamiento resultaba equivocado, mal centrado y débil como argumento, tanto que el otro bando aprovechó para reducirlo a “envidias” o “resentimientos” y así rehuir la confrontación. En un par de artículos traté de centrar el tema, de verbalizar esa “molestia”; no porque fuera más listo que el resto de mis compañeros, sino porque en ese entonces tenía ya más de quince años en España viendo el control que se ejercía desde diferentes sectores sociales sobre la cosa pública en ese país y esa experiencia me indicaba a dónde querían llegar mis compañeros. En uno de mis artículos, publicado en esos días, decía que si El Comercio decía que fulanito de tal era una maravilla de escritor, era su tinta, su papel y un problema de sus accionista; pero la cosa era diferente si el medio era público (en ese entonces Thays tenía un espacio literario en el canal público); siendo así, estaba obligado a una pluralidad participativa y a dar razón de los criterios, por ejemplo, de la selección de sus invitados, porque el dinero gastado en salir al aire era sufragados por todos los peruanos. En eso año el Perú tenía menos de un lustro de haber salido de la dictadura fujimorista y el control de los gastos del estado y los mecanismos de cuestionamiento por parte de la ciudadanía casi no existían ni funcionaban como ahora.

José Antonio Bravo, Mario Suárez Simich, Sandro Bossio, Fernando Iwasaki…

     Existía (todavía existe) un grupo de escritores que por herencia ideológica creía (cree) tener un “derecho de pernada cultural” y la convicción gamonalista que el sector público es su chacra y que podían manejarla a su antojo a través de intereses creados que eran ajenos a los del país. Con ese primer tiro, Cueto se dio en el pie y en el de sus compañeros de granjerías. Lo que hasta ese momento había sido un manejo solapado y amiguista para, por ejemplo, escoger a los escritores que nos representaran en certámenes internacionales, pactados bajo la mesa y de manera confidencial que funcionaba al estilo de una familia de la mafia, salió a la luz; mal planteado como reivindicación en un primer momento, es cierto. Y lo peor que le puede suceder a los asociados en relaciones de tipo mafiosas es la publicidad. Hace unos meses la embajada peruana en España organizó una “mesa redonda” que fue muy criticada por su falta de pluralidad, porque beneficiaba los intereses de transnacionales de la edición y por no explicar debidamente los criterios y objetivos de dicho evento. Hoy, el premier ha sido llamado al Congreso para explicar el escándalo en que se ha convertido la contratación del “cantante” Richard Swing por el ministerio de cultura y se comenta en redes que la ministra del ramo ha puesto su cargo a disposición del presidente.

     Todo esto era impensable en 2005 en el olvidado y poco fiscalizado (por la ciudadanía) campo de la cultura, pero todo esto empezó en 2005, con la polémica originada después del congreso de Madrid. No era posible en esos años tener la claridad política que se tiene ahora respecto a la obligación por parte de los funcionarios públicos de reflejar en sus objetivos la pluralidad cultural del país, de justificar debidamente sus criterios de selección, los que deben estar basados en los méritos de los seleccionados para cualquier evento y el apoyo a la industria cultural del Perú. La polémica que a muchos le pareció estéril o empantanada puso bajo la lupa a los responsables de administrar la cultura y una visible y luminosa espada de Damocles sobre la cabeza de aquellos que arreglaban las cosas en la sombra y en “familia”. Y aún cuando se piense lo contrario, los efectos de la polémica empezaron a verse poco tiempo después, en la feria del libro de Guadalajara que se realizó a fines de ese 2005. Acusando el golpe el ministerio invitó a Oswaldo Reinoso y a otros no habituales a este tipo de ferias, claro que “la familia” estuvo presente; por nuestra cuenta viajamos a México Dante Castro, Sandro Bossio, Christian Reynoso y yo. Nuestra presencia puso nerviosos a los del otro bando, asustados cuando nos vieron entre el público asistente a la mesa central de escritores peruanos que presidió Alfredo Bryce. Imagino que pensaron que íbamos a boicotear su participación, armar un escándalo o convertir el proscenio en un ring de boxeo; nuestra intención era otra y la materializaríamos en la ronda de preguntas. Ante unos expositores desconcertados y antes que empezaran las intervenciones, Fernando Iwasaki, el único peso completo en ese gimnasio plagado de pesos pluma “ligera”, tomó la palabra y verbalizó en su discurso muchas de las cosas afloradas durante la polémica; a pesar de lo confuso de la confrontación, el mensaje había llegado. No se llegó a la rueda de preguntas por una indisposición de Bryce y todo quedó ahí, cada uno a su esquina.

     El primer swing de izquierda de lo que está pasando ahora fue lanzado en el congreso de Madrid y fue un duro golpe para ellos, por eso no quieren recordar esos días, han tirado la toalla negándose a participar en las mesas que traten del tema, le tienen terror a los debates de cualquier tipo y mantienen un perfil bajo por temor a que si asoman la cabeza se la arranquen de un potente crochet. Sin embargo, la pelea no ha terminado.

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