El gran cineasta sueco
(1918-2007), de estar vivo, cumpliría 100 años el pasado 14 de julio. El cine
le debe no pocas obras agudas y magníficas y algunas que califican como obras
maestras. El rostro humano, y en él, en el examen de su rotunda carnalidad, la
captación de una interioridad punzante y misteriosa… es una de las
características más relevantes de su cine. Aquí se comentan un puñado, de entre
las 70 películas que dirigió entre 1946 y 2007.
“¿Es que todo tiene que terminar tan… mal? Reconociendo que pudo terminar peor”, recuerdo que pensé (ni
con especial extrañeza ni con notoria piedad) tras Un verano con Mónica (1953), que debió ser -si mi memoria funciona-
la primera película de Bergman que vi en mi vida (en aquella época me daba prácticamente
igual quién dirigía y no creo que haya pensado acerca del destino de los
personajes en profundidad).
No consideré -o no lo suficiente- que los protagonistas eran pobres, de laclase obrera, oprimidos, esclavizados por el injusto ORDEN social; sin grandes perspectivas de un ‘brillante futuro’ y que al contrario de lo que se dice (o así se la resume) Un verano con Mónica no trata principalmente sobre la irradiación carnal de Harriet Andersson -eso le gustaría a Hollywood y demás idiotas- como tampoco creo que sea una película (sublime, trivial y patética) meramente sobre la destrucción de las ilusiones; sé que el rostro, la personalidad, el cuerpo de dicha actriz son lo que queda fijado en la memoria general pero fíjate también que aquí no están los clasemedieros burguesitos bergmanianos habituales, chapoteando en sus neurosis y entregados a sus retorcimientos.
Hay felizmente crítica social (aunque no lo parezca tanto) salpicada con
el barro del melodrama pero que pone en evidencia la maquinaria trituradora del
Capital sobre las personas, con bastante precisión. No es la vulgaridad o
espontaneidad (deliciosa o exasperante) de Mónica o el estoicismo o dulzura (ingenuidad
y sentimentalismo) de quien se enamora y se casa con ella y luego se separa de
ella, lo principal: es el hecho de que solo tendrán un verano de -llámalo como quieras- amor, placer, plenitud,
felicidad… pero el sistema -la jaula socioeconómica- no les otorgará más.
El tema tal vez sea entonces cómo cada célula de un cuerpo exige
libertad y no la encuentra.
Ni Dios ni muerte ni crisis existencial. Curioso para Bergman.
Si se trata de apreciar la potencia de lo onírico como algo que define
‘lo real’ acaso no necesites una película experimental-vanguardista-intelectual
tanto como ponerte a ver Fresas salvajes
(1957). Pocas veces alguien ha mostrado con tal nitidez y sabiduría esa zona,
ese ‘paso’ borroso desde la escala de grises de lo cotidiano hasta el buceo en
el recuerdo y el sueño, ahí donde radica el núcleo (manifiesto y secreto) de
nuestras vidas, de nuestro ser, el sueño-recuerdo como forma ¿superior? de
pensamiento. Y todo en un registro existencial absolutamente concreto.
Viaje físico -en el presente, a lugares del pasado- y viaje mental -hacia el recuento de ese mismo pasado-, el (re)ajuste de cuentas del viejo doctor (será, pronto, homenajeado) que con lucidez se burla de sí mismo en su pensamiento voluntario (de ojos abiertos) tanto como en su pensamiento involuntario (con los ojos cerrados) será francamente implacable.
Imposible olvidar la presencia de Viktor Sjöström como el hombre viejo
con recuerdos tan jóvenes (él aparece tal cual, viejo, en cambio quienes
recuerda tienen la edad de entonces, no la de ‘ahora’) que se corresponde con
el encuentro con unos jóvenes que lo acompañan en su viaje a la ciudad donde se
producirá el homenaje. Donde el sentimiento de reconciliación parecía imposible
Bergman consigue el retrato de un examen de conciencia que acaba siendo transformación
y purificación.
…La playa rocosa; a unos pasos el océano; encima (casi como viniéndose
encima) el cielo y frente a nosotros un caballero medieval jugando una partida
de ajedrez con La Muerte… No necesitas más para percibir (en escenarios
naturales pero que se sienten míticos) una extraña verdad incuestionable. El séptimo sello (1956) es un
comentario acerca de la angustia de cualquiera que se pregunte por un más allá,
por un sentido trascendente a la carne, al cuerpo. La representación juguetona,
relajada y divertida de la mini compañía de circo y a continuación la
representación insoportablemente pesada, sombría, llena de dolor y autocastigo de
los seres religiosos en aroma de peste… cruzándose en una escena, se
contraponen eficazmente a lo largo de la película y, apocalipsis aparte, es la
felicidad sencilla y humilde la que (inesperadamente) gana la partida. Pues hay
que vivir. Los terrores son menos terrores para los que simplemente se atreven
a vivir. Bergman no le rinde culto a la neurosis. Al contrario de lo que dice
cierta crítica.
Dos mujeres. Una cuida a otra. Una habla mientras la otra no. Una es
enfermera, la otra: actriz. ¿La actriz actúa de enferma, estando sana, o al
revés? La enfermera admira a la actriz, confía, se abre y desvela secretos. La
enfermera quisiera ser como ella, la gran actriz… De hecho, un parecido físico
real entre ambas produce una imagen (fundamental para la película) con las dos
mitades de cada rostro ‘fusionadas’. Las dos mitades feas de dos mujeres no
precisamente feas producen una especie de monstruo intrigante, inquietante, no
exento de una extraña fascinación… El miedo a la soledad, al abandono, al
no-amor, a la incompletud, y también, el miedo a la fusión ¿sin integridad,
renunciando al propio yo, disolviéndose, perdiéndose, negándose, anulándose, sometiéndose?
¿Es ese monstruo, su imagen, la imposibilidad ‘sensible’ de la fusión (anhelada,
temida, posible, imposible) entre los seres?
La película se llama Persona (1966) y empieza recordando, por sus imágenes de choque, por su montaje, exquisito y feroz, a Un perro andaluz (1929) de Luis Buñuel. Es la película más perfecta y audaz de Bergman. Se agradece para siempre -y en esto Bergman es un especialista consumado- el estudio de personajes mirados con frialdad clínica. Que es una manera limpia de llegar hasta ellos. La investigación de los vericuetos del alma humana no tiene fin, y Bergman hace extrañar a otros que esperamos, en un futuro, sean capaces de hacerlo con la misma lucidez, brillo, intensidad…